domingo, 23 de diciembre de 2012

El Silencio


“He buscado en todas partes el sosiego, y no lo he encontrado sino sentado en rincón apartado con un libro en las manos”. Fray Tomas de Kempis.



     En este mundo tan caótico, tan ruidoso, el silencio pareciera ser que no tiene espacio, aunque con este ritmo de vida el silencio le viene bien al alma y al espíritu, un momento de silencio es acallar nuestro mundo externo para darle paso al mundo interior, para darle voz a nuestro yo interno.
     El ser humano vive de manera agitada, lleva una vida muy convulsa. Pesadas horas en la escuela, el trabajo, las jornadas laborales se extienden a más de ocho horas, es muy común escuchar: “se a que hora entro pero no a que hora salgo”, a esto hay que agregarle el tiempo que se pierde en las redes sociales (no satanizo este medio de comunicación).
     Este ritmo de vida lleva al ser humano a perder su equilibrio emocional, derivando de ello encontramos al estrés y la ansiedad,  lo cual obviamente desencadena en otra serie de enfermedades.
     La inestabilidad emocional se debe entre otras cosas a esa vida tan agitada que llevamos, llegamos incluso a sentirnos culpables por llegar a casa y no haber terminado el trabajo; muchas dependencias trabajan con cargas de trabajo y resulta que cuando estamos recostados en casa con la cabeza en la almohada comenzamos a pensar en que no terminamos tal o cual cosa o que debimos haberla hecho de manera diferente.
     En algunas oficinas publicas o privadas, mientras la mayoría de los empleados han salido de prisa para sus casas, resulta que vemos a una persona en su escritorio trabajando afanosamente como si el día laboral estuviera comenzando, cuando se le cuestiona el porque se queda a trabajar cuando todos ya se han ido escuchamos lo siguiente:  “Bueno es que tengo que adelantar en este trabajo y lo quieren para  mañana”. ¡¡Y la solidaridad de los compañeros de trabajo¡¡.
     Existe otra frase que justifica el mantenerse ocupado “Quien quiera progresar debe ser el primero en llegar y el ultimo en irse” Obviamente esta frase se refiere al mundo laboral, pero ello no es más que un reflejo sintomático del como el ser humano justifica la falta de tiempo que se dedica a si mismo y no me refiero con esto a la recreación o al descanso, si no específicamente a la introspección. Si la frase fuera cierta bastaría con llegar y checar y esperar a que todos se fueran.
     Los cursos de inducción que se dan en las respectivas aéreas de trabajo, llevan consigo una buena carga motivacional para cumplir con nuestras metas; sin embargo, estas se cumplen y siempre hacen falta más; de tal suerte; que poco a poco, comenzamos a esclavizarnos en nuestra área laboral a quedarnos más tiempo pensando en avanzar en abatir la carga de trabajo, incluso en ocasiones entramos antes de que inicie formalmente nuestra jornada.
     Lo que llama la atención es que sin que nadie nos lo pida o nos obligue adoptamos esa actitud, lo cual consideramos es la adecuada y tal vez ello nos permita alcanzar el éxito profesional que buscamos, lograr el reconocimiento de nuestros jefes y de nuestros compañeros, pero sobre todo, tener un mejor nivel de vida, lo cual equivale a la obtención de una serie de satisfactores personales que van desde la adquisición de una casa, coche ropa etc.
     De esa manera lenta pero constante, comenzamos a permanecer más tiempo en nuestra área laboral, ahora no basta los días de trabajo, sin que nadie nos lo pida nos comenzamos a quedar primero un sábado, luego otro, así sucesivamente hasta que esta actitud se extiende a los días domingos. Incluso es posible ver a algunos empleados que a fin de cumplir con la carga de trabajo o estar al corriente con la misma, salen los viernes con una buena carga de expedientes bajo el brazo ello para trabajar en la comodidad de sus casas.
     Mientras la vida agitada se reproduce por doquier, el ser humano se pierde en este mundo de caos, no permitimos escuchar al silencio, esa calma que experimenta el alma y el espíritu; esa quietud ese sosiego de que habla Fray Tomas de Kempis, cuando menciona que en  lugar apartado en total calma, podemos disfrutar de un buen libro, tomar una buena taza de café, de té, mirar por la ventana el vuelo fácil de un ave, el agua que cae y se desliza por la venta y de manera furtiva huye por el suelo alejándose de manara vertiginosa, la caricia suave de la persona amada, o simplemente la esa sensación de vacio de paz interna de descanso espiritual, el alejarse del mundo con su ruido tan atroz.
     El silencio es lo contrario del ruido es la ausencia de este, un espacio, un lapso pequeño o grande, voluntario o involuntario en el que el ruido deja de escucharse, pero no existe la quietud o silencio total, la ausencia de sonido total, el efecto que produce la ausencia de sonido externo nos permite escuchar una serie de sonidos que hemos dejado de percibir y de recapacitar en ellos, la quietud y el silencio nos permiten escuchar aquella parte de nuestro ser que poco conocemos y experimentamos el buscar y encontrar nuestro yo, en la paz y la quietud del podemos escuchar a nuestro yo interno esa vocecita a la que llamamos conciencia o dios y que en el silencio en la tranquilidad del alma y del espíritu nos permite reencontrarnos, este goce del silencio también se le llama reflexión entre otras, lo que nos permite encontrar respuestas a nuestra existencia.
    La paradoja de nuestros tiempos es que vivimos en un mundo agitado, convulso, falto de valores, la mercantilización, lo materialidad, se imponen (cuanto posees cuanto vales). El dinero el acumulamiento de este metal marca el rumbo de la vida, para ello se sacrifica todo y todos, el dios es el dinero, con el se compran cosas materiales, se acallan conciencias, se compran personas, placeres. Mientras el mundo espiritual cada momento se recluye a unos cuantos, el espíritu, la mente consciente, el alma se subyugan a los sentidos.
   
  Hace falta un poco de silencio  en nuestras vidas.

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