
Dejar de escribir seguramente se puede comparar con el pintor que deja su lienzo inconcluso, sólo un boceto aparece en su cuadro, algunas cuantas pinceladas denotan líneas formas y colores, las cuales reflejan y expresan una idea, una visión muy particular de quien la mira e incluso algo puede ser modificado por él o como ocurre con el escritor.
Allí en ese cuadro, en ese mundo, en ese universo particular, se genera una idea una visión de las cosas, simple, sencilla, casi imperceptible, pero hay un embrión algo nace, algo emerge, algo viene a la luz.
De ese cuadro en algún momento inexistente surge la luz se expresa una idea, un concepto, algo nace a la vida, el pintor o el escritor se convierten en creador, su obra poco a poco aparece y expresa en colores, con sonido, en formas y en movimientos todo un mundo nuevo.

Ambas formas de explicar la existencia del ser humano en nada se excluyen antes se complementan, necesarios incluso para la formación del individuo, porque creer que sólo existe un mundo racional y que este sólo puede ser explicado de manera racional, es reducir al ser humano a su parte material.
De acuerdo con Aristóteles debemos creer en lo que podemos ver, tocar, sentir y obviamente dejar a un lado nuestra verdadera esencia como seres humanos que esta muy lejos del mundo material en el que vivimos. El ser humano no se puede reducir a esta visión, la humanidad el individuo es más que ello.
El instrumento allí está, pero la partitura no surge, si no existe inspiración, sino existe emoción, si el espíritu no se siente rozagante, las notas de una rica melodía no surcan el espacio si no se vive la emoción, si no existe el amor, si no se ama a la vida, si falta la pasión por ella.
Porque traigo esto a colación, por la sencilla razón de que me doy cuenta que he dejado de escribir con el corazón, le he dado paso más a la experiencia sensitiva y he dejado de escribir con el alma, con la pasión, he dejado de escuchar la voz interna y no quiero dejar de ser yo.
